Kable y su equipo comprobaron que las personas que optaron por los juegos más arriesgados tendían a tener una amígdala más grande, con menos conexiones hacia la corteza prefrontal medial. Pero a pesar de tener menos enlaces, la actividad de estas dos regiones parecía más coordinada, una medida llamada conectividad funcional, entre aquellos que preferían arriesgarse, en comparación con aquellos que optaban por jugar de forma segura.

Investigaciones de imágenes cerebrales muestran que las personas que pueden soportar un mayor riesgo comparten ciertas características neurológicas.

¿Comportamientos arriesgados cotidianos, sobre todo en materia económica? ¿Apuestas muy arriesgadas? ¿Compra de criptomonedas cuyas claves se pierden luego de la muerte de su manager? ¿Siempre con la esperanza de ganar mucho arriesgando también mucho? Estudios neurocientíficos muestran ciertas características cerebrales, aunque los resultados son difíciles de interpretar y sólo forman parte de un conjunto neurológico, ambiental y cultural.

Joseph Kable, profesor de la Universidad de Pensilvania, hizo un experimento simple: salir del laboratorio con 20 dólares seguros, en el bolsillo, o comenzar a jugar a los dados para obtener premios mucho más grandes, con por ejemplo una posibilidad del 40% de ganar 80 dólares. Muchos economistas dirían que tomar este tipo de decisión depende de cuánto riesgo esté dispuesta a soportar una persona, en otras palabras, de la personalidad. Pero Kable no es ni economista ni psicólogo sino neurocientífico, y considera que la estructura material de su cerebro determina en gran medida cómo aborda tales decisiones. En un estudio dirigido por él y publicado en su momento en la revista Neuron, describe tres características físicas del cerebro que ayudan a predecir el apetito de riesgo que puede tener una persona

El experimento

En total de 108 personas de 18 a 35 años de edad participaron de la propuesta hecha por Kable para el estudio. Cada voluntaria o voluntario recibió 120 escenarios en los que tuvieron que decidir entre obtener un pago garantizado de 20 dólares y una apuesta por premios más grandes y en efectivo, pero con diferentes grados de riesgo. “Las opciones fueron entonces o bien 20 dólares seguros contra una probabilidad del 50% por invertir 40 dólares; o una probabilidad del 70% a cambio de 30 dólares; o una probabilidad del 10% por 90 dólares”, explica Kable. A los participantes se les pagó según sus elecciones en solo uno de estos escenarios, pero no sabían cuál, así que tuvieron que jugar los 120 como si fueran reales. Al observar cómo se decidía la gente en todos los escenarios, Kable calificó la tolerancia al riesgo de cada individuo.

Por otra parte, los investigadores hicieron que los mismos participantes se sentaran en silencio a través de diferentes tipos de escáneres cerebrales (sin que se les pidiera que pensaran en nada en particular). Las imágenes por resonancia magnética revelaron el tamaño de la amígdala de cada sujeto, una región del cerebro vinculada con el procesamiento del miedo y otras emociones.

Otra lectura de IRM midió el nivel de actividad de referencia en la amígdala y en la corteza prefrontal medial del cerebro, un área considerada un nexo para la toma de decisiones. También se hizo una tercera exploración, utilizando una técnica de imágenes de tensor de difusión. Esta última reveló conexiones anatómicas que están hechas de fibras nerviosas y unen la amígdala y la corteza prefrontal medial, actuando como autopistas neurológicas para obtener información entre las dos.

Kable y su equipo comprobaron que las personas que optaron por los juegos más arriesgados tendían a tener una amígdala más grande, con menos conexiones hacia la corteza prefrontal medial. Pero a pesar de tener menos enlaces, la actividad de estas dos regiones parecía más coordinada, una medida llamada conectividad funcional, entre aquellos que preferían arriesgarse, en comparación con aquellos que optaban por jugar de forma segura.

El uso de Kable y sus colegas de diferentes tipos de escáneres proporciona una imagen mucho más detallada de la interacción existente entre la anatomía del cerebro y el riesgo que habían mostrado investigaciones hechas con anterioridad.

Aún así, interpretar completamente esa imagen, y explicar los vínculos que Kable ha observado entre la anatomía del cerebro y el riesgo no es sencillo y nada está dicho. ¿Cómo es posible que los individuos más arriesgados tengan menos conexiones anatómicas que conecten la amígdala con la corteza prefrontal medial, pero que haya una cooperación más aparente entre estas regiones? Una hipótesis: que tal vez haya una poda, un deshacerse de conexiones innecesarias, dejando entonces solo las que se necesitan, con lo cual la conectividad funcional en realidad se vuelve más fuerte.

Tal vez la mayor conectividad funcional signifique que la corteza prefrontal medial racional y calculadora domina a la amígdala más emocional e instintiva en tales individuos, dice Kable. Con esta parte del cerebro que toma las decisiones liderando el cálculo, tal vez los que toman riesgos pueden tener en cuenta las diferentes probabilidades o sentir menos temor por sus elecciones.

Lo que explica estas variaciones anatómicas en primer lugar es otro misterio, dice Kable. Tal vez los cerebros de las personas son diferentes ya de manera innata. O podría ser que las experiencias de la vida hayan llevado a sus cerebros a desarrollarse de manera diferente. “El estado socioeconómico de una persona, su grado de alfabetización matemática, la medida en que alguien ha experimentado una necesidad financiera, son factores que afectan las características del cerebro“.