- El SMN fue fundado en 1872 y se convirtió en el primer observatorio de ese tipo del hemisferio sur del planeta.
- Era un organismo civil dedicado a hacer investigación y ciencia de calidad internacional, hasta 1966, cuando fue militarizado.
- Recién en 2007 volvió a su misión original: realizar observaciones, pronósticos y alertas meteorológicas para el desarrollo sostenible.
Este martes 4 de octubre se festeja un cumpleaños muy particular: el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) sopla 150 velitas desde su fundación, concretada bajo la presidencia de Domingo Sarmiento. Con semejante continuidad –aunque no exenta de controversias– desde nada menos que 1872, el SMN es un caso excepcional en la historia de la vapuleada ciencia argentina.
Este simbólico aniversario redondo encuentra al Servicio en renovación y expansión. Celeste Saulo –investigadora del Conicet, profesora de la UBA y una meteoróloga reconocida a nivel mundial– dirige y coordina un equipo de 1.100 personas, con locaciones e instrumental sofisticado repartido a lo largo y ancho del país, incluyendo la Antártida. Su actual función es fácil de entender pero no de cumplir: se dedica a registrar, asesorar y pronosticar en uno de los campos científicos más complejos: el clima. En su escaso tiempo libre Saulo también encuentra tiempo para ser la actual vicepresidenta primera de la Organización Meteorológica Mundial. En esta entrevista repasa la trayectoria y los hitos del SMN y cuáles son los desafíos que enfrentará en sus próximos aniversarios en tiempos de alta tecnología y avanzado cambio climático.
—¿Cuáles marcarías como hitos del SMN en sus 15 décadas?
—El primero es su fundación y cómo lo pensaron. Recordemos que nació en 1872, en un contexto donde la ciencia apalancaba el progreso social y económico. Sarmiento invitó a un destacado científico de EE.UU. a fundar un observatorio astronómico. Así llegó Benjamin Gould a Córdoba. Pero para observar el cielo nocturno necesitaba datos meteorológicos como presión y temperatura. Y terminó diseñando un sistema de observación que lo propuso a Sarmiento, que aprobó ese proyecto: “Se hace porque es necesario conocer el clima de este país que no necesariamente es semejante al clima de EE.UU. o Europa”, se lee en la documentación original. Y lo bueno es que desde ese mismo momento quedó clara la importancia de la meteorología sobre la economía y la actividad productiva. Es algo que nos habla de la cabeza de los científicos de esa época.
—¿Fue original?
—Sí. Y fue el primer observatorio de todo el hemisferio sur, pionero en tomar datos en forma ordenada y sistemática. Y luego Argentina estuvo entre los primeros países del mundo en contar con un servicio meteorológico.
—¿Y otro mojón histórico?
—La presencia continua en Antártida desde 1904, con la instalación de la base en las islas Orcadas. Ahí se unió ciencia con soberanía. Pero también hay cosas negativas: el golpe de Onganía, en 1966, intervino el SMN y lo pasó a la órbita militar, lo que le cambió el sentido a la institución. Eso recién se revirtió en 2007, cuando pasó a depender del Ministerio de Defensa.
—¿Qué cambió en 15 décadas?
—Algunas cosas cambiaron y otras no. Por ejemplo, sigue siendo prioritario hacer observaciones sistemáticas. Pero ahora también es clave emitir alertas y pronósticos, siempre basados en la ciencia y poder colaborar con el desarrollo sostenible.
—¿Desde cuándo se preparan pronósticos con modelos fisicomatemáticos?
—Es algo reciente, desarrollado a partir de la década de los 50, cuando estos modelos y ecuaciones matemáticas –que son muy complejas– comenzaron a ser “corridos” en las primeras computadoras. Eso permitió dejar atrás el cálculo manual, que era demasiado lento. Antes de esa época había pronósticos pero eran muy básicos. Y en Argentina la meteorología como disciplina universitaria nació en 1958, en Ciencias Exactas de la UBA.
—¿Cuentan con recursos informáticos suficientes?
—En ese ítem estamos bastante bien: tenemos un centro de cómputos que está entre los más poderosos de América Latina en nuestro rubro. Y recientemente se anunció una expansión tecnológica para todo el sistema de ciencia que a nosotros nos daría mayor capacidad. En realidad nuestro problema no está ahí.
—¿Dónde está?
—Lo que nos falta para poder tener más calidad de pronóstico es mejorar sustancialmente nuestra red de estaciones de toma de datos, con expertos que registren y envíen con continuidad información básica que luego se usa para poder pronosticar. Hoy contamos con 125 puntos de toma de datos y es insuficiente. Lo ideal sería superar los 200 y reforzar la presencia donde la topografía se complejiza. Eso implica sumar equipamiento específico y observadores capacitados que puedan, además, reportar en forma continua. Lo cierto es que tener un sistema nacional de observación robusto es bastante caro.
—Se discute mucho la precisión de los pronósticos, ¿por qué es tan complejo predecir?
—Básicamente porque necesitamos procesar muy rápidamente muchísimos datos que van variando todo el tiempo: presión atmosférica, temperatura, humedad y viento son los principales. Y hay que tomarlos en espacios geográficos acotados. O sea que si partimos de pocos datos precisos para “alimentar” el modelo, el resultado será limitado. La gente suele decir “se equivocaron”, pero nuestra limitación está en que debemos partir de cómo está la atmósfera hoy y nunca tenemos esa información tan completa como querríamos. Es realmente complejo porque se trata de medir una capa de gases de 15 kilómetros de altura que envuelve todo el planeta. Eso dificulta pronosticar lo que sucederá con el paso de las horas. También se suma el hecho de que los modelos son buenos, pero no perfectos. Y hay que hacer varias aproximaciones matemáticas para correrlos. Por todo eso los pronósticos a veces no se cumplen.
—¿Hoy qué precisión tienen?
—Las predicciones a pocos días son bastante acertadas. Y también hay estimaciones robustas de algunos parámetros como temperatura. Tal vez se falla un poco más en “lluvias”, que tienen un porcentaje de confiabilidad del 75 al 80%. Además, hacemos estimaciones trimestrales sobre si la temporada será más cálida, fría, seca o húmeda de lo que marca el registro histórico. Esos pronósticos suman un aporte importante para la toma de decisiones.
—¿Cómo altera esto el cambio climático?
—La física de la atmósfera sigue siendo la misma pero viene creciendo la prevalencia de eventos extremos (inundaciones, tormentas, sequías, etc.) y esas circunstancia de alto impacto nos fuerzan a concentrarnos en esos temas. Lo que pasa es que son eventos particulares y mucho más complejos de pronosticar. A eso se le suma que se vuelve difícil comunicar la información que generamos o lanzar alertas tempranas cuando hay riesgos severos para la población. Es un desafío que afrontan todos los servicios similares del mundo.
Ciencia ciudadana con el clima
—¿Han pensado en recibir datos climáticos aportados por usuarios? ¿Algo de “ciencia ciudadana”?
—A mí me encantan ese tipo de proyectos, donde mucha gente desde todo el país pueda aportar datos o información meteorológica desde su región. El problema es que cuando se generan estos proyectos, si se vuelven exitosos, comienza a llegar mucha información y hay que poder contar con los recursos adecuados para sumar esos datos, procesarlos, determinar su confiabilidad, compatibilizarlos con los propios, etc. Y no siempre contamos con esa disponibilidad de personal. Pero en los últimos años estamos avanzando con algunos proyectos en conjunto con ciertas entidades privadas que ya nos aportan datos tomados en sus redes e información para poder avanzar, en un futuro cercano, con este tipo de desarrollos.
—Hoy todos los celulares cuentan con apps del clima. Pero el SMN, aunque tiene web, no tiene app…
—Es cierto y tenemos una demanda grande en ese sentido. Esperamos poder salir pronto con una sorpresa. Tal vez, incluso, podamos hacer un lindo regalo por el 150 aniversario.
Enrique Garabetyan