Por la Dra Tamara Rubilar (*)
Esta semana celebramos en todo el país la Semana Nacional de la Vinculación Tecnológica, una oportunidad valiosa para poner en agenda un eje muchas veces invisible, pero fundamental para el desarrollo: la necesidad de construir puentes entre la ciencia, la producción, el Estado, el mundo emprendedor y los inversores.
El 4 de junio conmemoramos el nacimiento del físico argentino Jorge Sabato, creador del modelo teórico que lleva su nombre: el “Triángulo de Sabato”. Una propuesta pionera en América Latina que definía la interacción entre tres vértices esenciales para cualquier estrategia de desarrollo: el Estado, el sistema científico-tecnológico y el sector socioproductivo.
Ese triángulo fue una verdadera revolución conceptual en su tiempo. Pero hoy, más de medio siglo después, y frente a un contexto profundamente cambiante, el desafío se amplió. El desarrollo sostenible y la soberanía científica no pueden sostenerse sin sumar dos actores que en las últimas décadas se volvieron claves: el ecosistema emprendedor, que innova con agilidad desde las necesidades del territorio, y los inversores, que permiten escalar soluciones con impacto.
Así, lo que antes era un triángulo hoy se convierte en un pentágono del desarrollo. Una figura que representa la complejidad de un sistema nacional de innovación robusto, en el que cada actor cumple un rol propio, pero ninguno puede avanzar solo.
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En ese sentido, Argentina cuenta con fortalezas innegables. Tiene un sistema científico-tecnológico público de altísima calidad, con universidades y organismos como el CONICET que producen conocimiento competitivo a nivel internacional. Tiene empresas con vocación de transformación, pymes con capacidad de adaptarse, talentos distribuidos a lo largo y ancho del país. Tiene, además, una comunidad emprendedora cada vez más activa, y fondos que —cuando las condiciones lo permiten— buscan acompañar proyectos de base científico-tecnológica.
Lo que muchas veces falta no es capacidad ni creatividad, sino conexión. Faltan reglas de juego estables, políticas públicas que promuevan la articulación, incentivos que premien el trabajo en red, y sobre todo, una visión de largo plazo que trascienda gobiernos, que transforme la ciencia y la tecnología en política de Estado.
En ese contexto, es importante señalar la necesidad de un financiamiento adecuado y sostenido para la ciencia pública. No se trata solo de una demanda sectorial, sino de una oportunidad estratégica que el país debería tomar con fuerza. Apostar por el conocimiento es apostar por un modelo de desarrollo que genera valor agregado, empleo calificado y soluciones locales a problemas complejos. Fortalecer la inversión en ciencia y tecnología no debería ser visto como un gasto, sino como una de las palancas más potentes para salir adelante.
Especialmente si ese esfuerzo se articula con emprendedores, empresas e inversores que quieran transformar ese conocimiento en innovación concreta. Porque, si de verdad queremos construir una Argentina más rica, equitativa y desarrollada, no hay mejor inversión que la del saber al servicio del futuro.
La articulación entre ciencia, Estado, empresas, emprendedores e inversores no es un lujo ni una moda. Es el camino que ya recorrieron los países que lograron transformar recursos en bienestar, conocimiento en industria, educación en crecimiento económico real.
Por eso, la Semana de la Vinculación Tecnológica es una oportunidad para visibilizar experiencias exitosas, consolidar redes de trabajo, y reafirmar una convicción: el futuro no se improvisa, se diseña y se construye entre todos.
(*) Doctora en Biología, Investigadora del CONICETy Fundadora de Promarine Antioxidants
Estos contenidos se ilustran con imágenes tomadas por un dispositivo Motorola G75
