La memoria y el olvido siempre han representado un enorme interés para los teóricos de la mente, los psicólogos, los psiquiatras, los historiadores, los filósofos… La lista es infinita. Nadie sabe concretamente por qué olvidamos algunas cosas y recordamos otras pero el acuerdo es unánime al momento de decir que el olvido tiene una función.
Ahora bien, ¿cuál es la función del olvido en el desarrollo de las personas? ¿Por qué olvidamos completamente piezas enteras de nuestras vidas, tales como la gran mayoría de las acontecidas en nuestra infancia? Y en este mismo sentido, ¿qué es lo que determina que recordemos nítidamente algunos detalles que parecen, a simple vista, irrelevantes en nuestra historia?
Desde una perspectiva psicoanalítica, la consciencia constituye un vehículo para la expresión de las formaciones del inconsciente. ¿Y cuáles son esas formaciones del inconsciente? Precisamente, todos esos puntos en los cuales nuestro inconsciente se expresa a través de los contenidos más diversos: los síntomas, los sueños, los actos fallidos, entre otros. Y también el olvido. El olvido es, además, una formación del inconsciente.
El recuerdo en la punta de la lengua
¿Qué pasa en la consciencia cuando queremos decir un nombre de alguien que conocemos perfectamente y desde hace mucho tiempo y, de repente, como por arte de magia, ese nombre desaparece por completo?
Lo tenemos ahí, en la punta de la lengua, se lo preguntamos a un amigo que también conoce a esa persona a la perfección y el olvido “se contagia” y nuestro amigo también olvida ese nombre. Uno de los grandes descubrimientos freudianos es que el inconsciente es ese que produce el olvido, donde lo interesante allí, para el análisis, no es solo el nombre que se olvida (y las causas subyacentes al olvido) sino también aquel que viene en su lugar, el nombre sustituto del original.
Por otro lado, el psicoanálisis freudiano hizo un enorme hallazgo al demostrar, precisamente, que entre la consciencia y la percepción se interpone el inconsciente. ¿Acaso no nos pasa frecuentemente que pasamos algunas páginas de lectura y, de pronto, nos encontramos pensando en otro tema que nada tiene que ver con aquello que estamos percibiendo? Es que, precisamente, percepción y consciencia no siempre coinciden y la percepción no se abre solamente al mundo exterior sino también a ese mundo interno que produce nuestro inconsciente.
Porque empezamos una terapia
Uno de los motivos por los cuales la mayoría de las personas empiezan un psicoanálisis tiene que ver con aquellos recuerdos o situaciones que tienen un valor traumático que no pueden terminar de procesar y que les impide realizar muchas de las cosas que hacen a su vida diaria. Situaciones de estrés postraumático, angustias asociadas a momentos dolorosos vividos en el pasado y decisiones que no se toman en el presente para evitar el dolor que, precisamente, nuestra memoria se empecina en guardar por encima de otras cosas.
¿Por qué somos, muchas veces, incapaces de almacenar información que nos sería de mucha más utilidad que un montón de recuerdos que no sirven más que para despertar, una y otra vez en nosotros, idéntica angustia que cuando fueron vividos?
Para el psicoanálisis, el valor del recuerdo tiene que ver con la repetición y la reelaboración de lo traumático. Cuando algo nos resulta traumático lo recordamos y lo repetimos una y otra vez con el fin de elaborarlo. En este sentido, el olvido no solo tiene la función de hacer espacio en la consciencia para que advenga otra cosa sino también la de retornar, inclusive muchas veces disfrazada de los llamados “recuerdos encubridores” para hacerse paso a la consciencia con una verdad que, en ocasiones, ha permanecido silenciada.
Florencia Casabella, Psicoanalista,
Directora de Désir Salud