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Reflexiones de una joven de 86 años, en tiempos de pandemia

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La soledad y el asilamiento social en la población mayor son algunos factores de riesgo de la depresión. / Pixabay.
La soledad y el asilamiento social en la población mayor son algunos factores de riesgo de la depresión. / Pixabay.


Agosto 2020

¿Qué nos hizo la pandemia? ¿Qué nos hizo la cuarentena a los viejos eufemísticamente llamados “adultos mayores”?

¿Nos pasó algo bueno o todo fue malo? ¿Aprendimos algo nuevo o perdimos la memoria de las cosas buenas?

Sin duda estamos más solos, a pesar del esfuerzo de los hijos por llamarnos y escucharnos.

¿Escuchar qué? ¿De qué les hablamos? De tiempos mejores (siempre los tiempos de antes fueron mejores, porque éramos jóvenes, no, porque fueran mejores). Tampoco les contamos que dejamos de salir por miedo al coronavirus y porque estamos más inseguros por falta de movimiento. No contamos nuestro miedo a enfermarnos, nuestro miedo a morir, y sólos, en ese momento, miedo a que ellos se queden sin trabajo, o que sufran robos y accidentes

Tampoco decimos que extrañamos ir al café donde nos conocen, nos saludan y nos tratan con cariño. Que tenemos miedo de sentarnos en un banco de la plaza poner la cara al sol y ver los nuevos edificios que hay en el viejo barrio que ya no es.

Sentarnos cerca de alguien con quién podémos recordar los tiempos de otros juegos, otras calles otras plazas.

Este tiempo nos dejó sin amigos, sin adioses. Enterándote que ya no están porque en lugar de su voz en el teléfono alguien te dice que falleció,aún cuando no fuere de corona virus y pensás ¿Por qué no lo llamé esta semana como siempre?

Perdimos la posibilidad de mirar las vidrieras de barrio, no para comprar,si ya no no necesitamos nada, sólo para ver que van a usar las jóvenes o que comprarle a los nietos.

Pensamos que no vamos a subir simplemente a un colectivo,algo tan obvio antes.

Nadie nos va a llamar para pedirte una opinión o consultarte, tus ideas son tan antiguas como vos, Para todo está Wikipedia,, que todo lo sabe hasta las viejas recetas de cocina.

Los hijos desesperados para retenernos como un barrilete por el hilo, nos instan a aprender a usar el teléfono, el Wpp y otras extrañas yerbas cuyos nombres ni siquiera podemos aprender y recordar. tratan que nuestra memoria no se vaya a pasear por otros mundos.

Eso si, cuando nos llaman, siempre decimos que “estamos bien”, a veces un poco doloridos, pero… “todo bien, no se preocupen” (aunque estemos llorando de extrañeza. Nos dicen que no miremos TV porque todo es tristeza y pelea. Y que ver?)

Todo es tristeza, miedo, retos, soledad.

Abrazarse y besarse son verbos sin conjugación. Los abrazos virtuales no acarician sólo conservan la esperanza.

Somo abuelos sin nietos y nietos sin abuelos.

Abuelos de dibujitos.

Tenemos hipotecado el presente.

Pero como dice la autora de un libro “Esto también pasará”